01 noviembre, 2010

otros no ya interferidos y sí encuentros, ojalá


¿Por qué se habla de desaparición? Si no desapareció, murió. No lo vamos a ver, pero su cuerpo no desapareció tampoco. Ni su convicción, ni él todavía, que empieza a nacer como memoria. La auto-referencia casi inevitable por esa tristeza que rebalsa, son las partes de algo mucho más inmenso que llora. Que llora a ese flaco desgarbado que enamoraba, a la muerte
؟, lúcidamente sarcástica, a la desgracia que no se cansa de golpearnos. Lloramos la frescura de su liderazgo, que nos fue robando sonrisas, ilusiones, aplausos. Y está ahí, en las lágrimas que lloró el cielo golpeando paraguas, dejándose caer en cachetes, cervezas, canaletas. Por un lado, una tristeza demasiada honda, en el rompecabezas instintivamente unido, casi genética pero muy social. Por el otro, una alegría de hoy, sumada de ayeres, pero resultando hoy, in-encontrable en los abarcamientos de ayer.  La tristeza viene de esa necedad esporádicamente corporizada, de que no podemos seguir perdiendo. En plural. La alegría nace de encontrarnos. En los ojos. En palabras. En la plaza. En un pasillo. De encontrarnos hoy; los que soñamos viviendo. Y nos encontramos como si nos conociéramos de todas las vidas, que anidan cada uno. En una tristeza conocida, y una alegría nueva. Que aparentemente nos atraviesa, abarcándonos. Porque se siente con una emoción fraternal, impulsiva, arrabalera, o concretamente clara. Cuantós como yo habrán resumido algo de esto en un abrazo con algún pablo que volvía cantando de donde yo iba, contagiando a contramano una cola de horas, un pablo y un abrazo que antes había sido en san juan y antes en la radio y antes nunca. Cuántos no se habrán cruzado, como yo, con ojos en los que hubiera sido lindo tocarse. Y las palabras, vueltas millones, vienen de tantas metamorfosis de historias, que pueden ser una, hoy, no ya persona, quizás causa, o consecuencia, mientras son tantas. Por eso llenan papeles que llenan rejas, pisos, rondas, paredes. Y caminan voces, saltan interpeladas, conducen, a una causa, a una consecuencia, mientras son tantas. Hay sentimientos, casi dispersos pero concentrados, en el rápido gesto de orgullo de algunas generaciones sobre todo pasando los 46 ponele, cuando disfrutan tempranas edades en algún segundo de pasión asemejada, que debe ser como una sonrisa ante tantas pérdidas y finales, por la continuación por fin posible. Y ante el encuentro, de ellos, los de entonces, hoy. Tengo amigos que me confiesan casi susurrando, orgullosos de sí o avergonzados, que palabras menos, sus viejos, o tal familiar, son gorilas y piensan o dice que. A mayor escala, muchos  vivieron el genocidio “sin enterarse de nada”, el gobierno de nestor como demasiado vengativo según escuché, indeleblemente desnudos pero incómodos  con la complicidad calientemente olvidada según creí ver. Defendieron cada intento de estrategia de magneto como discos rayados, en ruidos caprichosos, ciegos y encolerizados. Mis viejos militaron desde que estudiaban en la misma ciudad que yo ahora, y cuántos como ellos, son los que tantos años después, siguen, vuelven, se encuentran, lloran, a otro que se va. Todavía caminando octubres. Viajé a buenos aires con un amigo que se escapó de la casa por no decir que iba a ir a buenos aires. Otro, que se lo contó en secreto a la mamá, que no se lo dijo a nadie. Leí en algún lado que Néstor se fue en pleno diálogo con la juventud. Yo lo siento un poco así, pero pensando ese diálogo directo como el último formato de otros que le precedieron, tal vez como la despedida, no anunciada, sino sentida como podría sentir el paréntesis que se cierra (al final de una aclaración). El mensaje del diálogo no se interrumpió, lo escuchamos todo, y no empezó cuando nos nombró como generación, como jóvenes, invitándonos a la calle. Empezó mucho antes, a medida que iba llegando a la calle lo que él soltaba desde el gobierno, por decir algo. Y haberse dirigido a nosotros, fue un guiño de ojo, un empujón a avenidas firmes, un entusiasmo a que había un lugar, y podíamos ocuparlo. Y en qué contexto agregó cristina; con mucho más de la mitad del rompecabezas conectado arriba de la mesa. Y ahora con un dolor que no podemos más que transformar en fuerza, la misma que él nos dijo que ella tenía, cuando empezó a llamarla coraje. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hoy cuando Cristina dijo que lo que había atravesado y estaba viviendo eran momentos de dolor y no de dificultad creo que logró darle la palabra a un sentimiento del que todos fuimos parte. Uno puede tener miles de dificultades, pero doler nos duelen pocas cosas. Esas que nos marcan, que no olvidaremos. Dicen por ahí que Néstor hizo su última jugada. Nació el mito. Pero nadie sabe más que nosotros que ese mito ya es bandera e historia. Y cuando algo es historia y bandera al mismo tiempo, es Pueblo. Un abrazo compañera. Hermosas palabras, no quiero ser protocolar, acordémonos del legado "sean políticamente incorrectos"