Desde que se me nublaron los ojos veo posibilidades la más de las veces absurdas como si fueran reales. Qué será de nosotros. La disgregación de los colores y las formas en las manchas que capto hacen que vea por ejemplo ahora un mono tití agarrado a una rama, estático, con la boca abierta. Es divertido, en vez de minimizarlo, lo miro de nuevo. Son en realidad unos chirimbolos que cuelgan como uvas, hojas, chiquitas, semillas, no sé cómo se llaman, no son nada de eso, pero son del palo de los helicópteros, esos que si tiras para arriba caen girando.
Cuando me sentaba en el cantero de la vereda en la puerta de casa, antes no había rejas y había más pendejos, como yo, que eran la pelota la bici los gritos del barrio, cuando estaba sentada ahí, despidiendo a alguien o esperando que salieran los demás, agarraba del piso, del cantero, de las zapatillas los chirimbolos estos que tira el árbol y los rompía a la mitad, siempre los rompía igual, por la misma línea, y adentro tenían algo, que también tiraba con las dos partes cuando estaba por agarrar el que seguía. A veces, si me tenía que ir, me llevaba algunos en el bolsillo.
Es como un juego, de intuición, esto de ver un mono del tamaño de una mano con esa expresión, estático en la rama. Sonrío y sigo. Más tarde capaz me acuerde, me ría, lo busque.
Había unos tipos pescando al costado de la ruta, tenía puestos los lentes así que distinguí lo básico y me dieron ganas de pescar. Mojarritas. Como cuando tenía ocho años, los dientes para afuera, el pelo largo, el enterito de jin y buscaba lombrices en el patio, con un pie hundía la pala, sumaba el otro, un poco más de fuerza, la lata esperando, y después agarraba un boguero que sentía alegremente mío y salía por la puerta.
La tranquilidad y la ansiedad de los tipos al costado de la ruta, mirando el agua quieta, la boya que se hunde a tironazos, esa sensación de, está picando, ese segundo preciso, intensamente decisivo en su pequeño sentido, se me antojó. el resto es un embole, por eso voy a cuidar estas ganas, que están buenas.
mientras el club Mitre dure como lo que paradójicamente es, popular, con las parrillas, el muelle y las mesas arriba del agua, voy a seguir mirando de reojo a los pescadores una o dos veces, entre que lleno el vaso, me revuelvo el pelo o camino al baño, pensando en otra cosa, pero sabiéndolos en mi paisaje, en su vida. Cuando un lugar cierra tiene la consecuencia forzosa de que los que iban, no se encuentren más ahí. capaz los deje de ver, y el olvido vaya llegando a medida que los espacios se achiquen. Mirábamos con guido las fotos de cómo va a quedar cuando lo pongan a tono con la modernización que sobrevalua la zona del río. Un bajón, otra onda. No van a poder ni entrar, nos dijo un guardia. A lo mejor, no sería raro, le cambian el nombre. Vidriado, geométrico, herméticamente cerrado, negro, en combinación con el puente nuevo que hicieron ahí, desaparecen las parillas, el muelle de madera, el cemento desprolijo, la barranca de las guitarras y el asado, del vino, el folklore y la murga. a dónde nos iremos a encontrar.
Cuando me sentaba en el cantero de la vereda en la puerta de casa, antes no había rejas y había más pendejos, como yo, que eran la pelota la bici los gritos del barrio, cuando estaba sentada ahí, despidiendo a alguien o esperando que salieran los demás, agarraba del piso, del cantero, de las zapatillas los chirimbolos estos que tira el árbol y los rompía a la mitad, siempre los rompía igual, por la misma línea, y adentro tenían algo, que también tiraba con las dos partes cuando estaba por agarrar el que seguía. A veces, si me tenía que ir, me llevaba algunos en el bolsillo.
Es como un juego, de intuición, esto de ver un mono del tamaño de una mano con esa expresión, estático en la rama. Sonrío y sigo. Más tarde capaz me acuerde, me ría, lo busque.
Había unos tipos pescando al costado de la ruta, tenía puestos los lentes así que distinguí lo básico y me dieron ganas de pescar. Mojarritas. Como cuando tenía ocho años, los dientes para afuera, el pelo largo, el enterito de jin y buscaba lombrices en el patio, con un pie hundía la pala, sumaba el otro, un poco más de fuerza, la lata esperando, y después agarraba un boguero que sentía alegremente mío y salía por la puerta.
La tranquilidad y la ansiedad de los tipos al costado de la ruta, mirando el agua quieta, la boya que se hunde a tironazos, esa sensación de, está picando, ese segundo preciso, intensamente decisivo en su pequeño sentido, se me antojó. el resto es un embole, por eso voy a cuidar estas ganas, que están buenas.
mientras el club Mitre dure como lo que paradójicamente es, popular, con las parrillas, el muelle y las mesas arriba del agua, voy a seguir mirando de reojo a los pescadores una o dos veces, entre que lleno el vaso, me revuelvo el pelo o camino al baño, pensando en otra cosa, pero sabiéndolos en mi paisaje, en su vida. Cuando un lugar cierra tiene la consecuencia forzosa de que los que iban, no se encuentren más ahí. capaz los deje de ver, y el olvido vaya llegando a medida que los espacios se achiquen. Mirábamos con guido las fotos de cómo va a quedar cuando lo pongan a tono con la modernización que sobrevalua la zona del río. Un bajón, otra onda. No van a poder ni entrar, nos dijo un guardia. A lo mejor, no sería raro, le cambian el nombre. Vidriado, geométrico, herméticamente cerrado, negro, en combinación con el puente nuevo que hicieron ahí, desaparecen las parillas, el muelle de madera, el cemento desprolijo, la barranca de las guitarras y el asado, del vino, el folklore y la murga. a dónde nos iremos a encontrar.
1 comentario:
...donde iremos a parar si se apaga Balderrama.
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