Encontré el último papelito. Sonreí, con un suspiro inútil. Había empezado yo, antes de que la cosa empezara acá afuera, donde de tanto repetir o mantener se ve y se toca y se habla que algo pasa, que estamos en camino, en algún camino. Le dejaba papelitos en la mochila, tratando que no se diera cuenta, cuando cerraba los ojos, esos faroles que eran como míos o no eran para el mundo. Me divertía saber que se iba a sorprender, más tarde, cuando lo encontrara, antes que lo guardara en la billetera. Porque después de dos o tres ya supe que estaban uno arriba del otro, como pegados, atrás del pasado que pasea en fotos carnet. Escribía tres o cuatro papelitos y elegía los lugares, a veces cuando empezábamos a irnos de acá, los metía en el bolsillo del pantalón y aunque me olvidara, el papelito seguía ahí. Me avisó, cuando le abrí la puerta que había hecho lo mismo, se había multiplicado en mi cuarto, a las apuradas mientras me bañaba, siempre me avisaba, creía que las sorpresas le salían mal. Abrí el cajón y sonreí, ese día, me despeinaba y caían palabras. Supe que faltaba uno. Y aunque me olvidé, el papelito siguió ahí.
Hace un rato paré en la biblioteca, fui al estante de los libros a medias, pendientes, esos que quiero pero no puedo, por el tiempo, las prioridades, y agarré uno que fue a parar hace varios meses al estante olvidado, casi un año al margen de la mesa de luz. Me acosté y se cayó, el papelito, sorprendiéndome, el último de esos que escondió un día mientras me bañaba.
29 marzo, 2011
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