06 diciembre, 2011

marolla


El rejunte de las olas, el arrastre de lo que revuelven, ese barullo que son ellas mismas, las olas, en movimiento, y en conjunto, comiéndose
y volviendo a levantarse
desde la superficie aparentemente delimitada, hasta que el agua sube y crece y ahí me tiro de cabeza sabiendo que mientras ¿entro? la ola rompe con fuerza y a lo mejor me sacude los pies o me revuelca pero ni siquiera pienso en esto porque cuando saque la cabeza al aire otra ola va creciendo, como si estuvieran coordinadas en una tarea común de ser el mar. Revuelvo la olla con una cuchara de madera haciendo la forma del ocho, como vi que hace mi hermana. Prefiero dar vueltas, muchas vueltas para un lado, y de repente, ir en contramano, pero el ocho me distrae, me deja cerca de mi hermana. El Dr. Marolla, personaje de Boris, se hizo la idea, siendo chico, de que podía meter el mar en una olla. Y lo hacía. Incluso medía la sal. Para que tuviera suficiente. Como el mar cuando lo tragás. con la boca, la lengua, los dientes,
los ojos, la nariz. algún sacudón,
una toz,
una risa en los segundos que hay hasta la próxima ola que viene, desafiante. Si dejo de revolver escucho el rumor a borbotones de las burbujas salpicándose alrededor de la olla y de las más grandes en el medio. Chilla la pava si hierve. La trajo la negra, porque la anterior estaba despintada y quemada. Cómo se convierte una pava despintada en el motivo de un cambio que la suplanta y así como así, después de algunos años de poner al fuego varias veces por día esa pava azul con manchas negras y con mañas que ya manejaba, pasó a estar en un estante
adentro de una bolsa,
olvidada, inútil. Pero el ruido ensordecedor de las olas me envuelve como si yo también fuera una ola cómplice, consciente, que escucha cómo suenan las sombras
los ecos
de esa maravillosa creación.
Si todos pudieran viajar. O el mar se dividiera un poco más,
por acá por allá. Si pudieran viajar. La percepción viendo mar,
esa sensación vacíolleno
la orilla los perros que entran, salen, corren
¡familias que lavan ropa!,
el viejo que pelea para no aflojar mientras el mar tira y los huesos sienten,
la piel arrugada
la ola que lo lleva por delante y le golpea la espalda mientras alguno corre porque tiene frío y otros ríen porque parecieran estar en una fantasía.
Si habría una porción de mar en cada pueblo, en cada barrio,
como clubs. Un registro inevitable,
se elija o no.
No se trata de que haya un mar en cada patio de cada casa de cada persona, que tenga patio y que viva en una casa. No sería el extremo del mate, metido en la cocina diaria, arriba de una mesa, sobre las rodillas, entre las manos, en distintos momentos del día. Metido en esa forma de poner agua a calentar,
que no se hierva,
controlar la hinchazón a la yerba,
y la lengua que arde, y algún otro que putea. El mate. Qué imperativo. Jaque Mate. No, otra forma de mar.
queJa teMa. 
¿dónde estás vos,
metido en la olla?,
¿ siguiendo la cuchara de madera mientras te sigue?
Yo me quedé en los ojos exiliados, sin ver el cuerpo más que en los ojos exiliados. Debe decir algo sobre todoesto. Los ojos siguen y hablarán con alguien abajo de un limonero o cruzando la esquina.
En una clase de filosofía, de la secundaria, la gorda no entendía cómo podría la cabeza aislarse del cuerpo, se la debe haber tocado en ese momento y como estaba ahí arriba le  pareció impensable que saliera, se moviera. me enojé, y le dije
no seas idiota.

un paso para algún lado. en tan estrecho margen no iba a poder,
en este caso,
dejar de creer que no entendía lo que estábamos hablando.

Cuando sentí que ni nos rozábamos, la manoteé en una imagen y la senté en una mesa, con sillas alrededor, un cerebro arriba de la mesa, los ojos flotando encima, creyendo acaparar un panorama que a su vez se le escapaba pero
tampoco quise volársela. hice aparecer unos cablecitos para que se distrajera en lo que sí veía, o para que al menos los tuviera delante con la incógnita de qué hacer.
En la escuela provocaba mucho enojo. Y me enojaba también, pero no tanto como los que se enojaban conmigo. En número eran minoría pero concentrada. El narrador omnipresente exige estar donde no se está, entonces hay que cuidar los detalles para que no se note, intentar llegar a tiempo para no invalidar al otro, que intenta ser nuestro personaje. Que el narrador omnipresente sea además Otro personaje, me intimida a mí, que me desnudo mirando y quedo en una especie de desnudo de ojos exiliados. O todo lo contrario. Vestida con ojos y anteojos puestos. Porque la impostura de no leer al estar leyendo a un personaje a medida que sale del lápiz con el que lo escribo, haciendo creer una omnipresencia que a lo mejor me contradice por puro arte, mmm, no sé. Crisis. Sisirc. Cri, Sis. Sisi. La maya flotando, las rodillas lastimadas, los brazos raspados, el golpe en la mandíbula, las olas con las que vengo, con las que intento llegar. Todo vuelve a estar a punto de ser cambiado. Cualquier cosa. La costumbre. Y el mate va a seguir. Entre indios y caretas, entre caras y revoluciones, como viene y llega de tu mano a la mía esta tarde temprana de revoloteo en el mar.


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