10 enero, 2011
olas
Salen olas de atrás, entreveradas, y se potencian y vienen a tragarnos, los pies, las rodillas, puro espamento, blanco, de una blancura que enciende, pero es espuma, se va cuando el mar se retrotrae,
cuando retrocede metiéndose adentro
y la orilla vuelve a ser esa arena tranquila en una extraña comodidad por la que puede caminar ese viejo que le huye a las olas que vienen. Cuántos siglos a los pies de este mar, pasaron, y él, impávido, todavía acá, casi igual. Cuántos mares habrá alcanzado ser, al costado, todavía hoy, de estos años, a pasar. Camino en el imaginario del tipo que no quiere que el agua lo alcance, y corre, entonces cree que lo persigue a él, y se alegra de ganarle y me mira perder,
los pies que me ganó el mar.
nos queda que el río paraná se subleve, cansado de estar tan quieto, y se levante en olas
revolcarnos en la cancha donde unos enanos con sueños de gigantes se divirtieron,
distraídos atrás de una pelota que pasó por el travesaño y se fue a la calle, un grito, autos, alguna corrida.
vuelven años cada vez que el viento entra por la ventanilla de lo que no es ya un 147, cuando paso por el monumento, y no se me enreda el pelo, ni está joa abajo, ni suena ensordecedor la argentinidad al palo, que hasta llega a gustarme cuando la avenida se convierte en esta nostalgia de arcos chicos y potencias desmedidas.
queda penetrarla de espalda al río, escupir la inocencia de esas ganas de encontrar, llorar por los que patean la pelota que se va a la calle, y por los que pasan enamorados en el auto que no la pisa, llorar porque no somos nosotros, y por ese alivio que es el puente a otras metamorfosis menos obvias y más absurdas,
porque el partido y el auto siguen,
nos queda ser lo blanco encendido, mareados hasta la carcajada, romper el cristal de la avenida, pisotear el pasto, cantar una canción de charly, ser la ola que nos trague, y no nos devuelva, nos lleve, satisfechos, adentro, soñadores.
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