09 septiembre, 2010

pasillo, de la escuela a las paredes

                     
Entre novedades inusuales, de esas que no pasan desapercibidas, y marcan una vía singular, fuimos con lucía, poniéndonos al día. Y vos, qué es de tu vida. Por salir a pintar las paredes, ahora a las doce. San Juan increíble, Néstor también. Sí, llamó a que saliéramos a la calle. Nosotros veníamos, haciéndolo con el chivo. Barreal, un pueblo en un valle entre la precordillera y la cordillera. Siete manzanas, una ypf abierta toda la noche, viento que sacude y vacía, josé, el señor que limpia la plaza, y Julia, la chica de buenos aires que semanas atrás durante su viaje iba todas las mañanas a sentarse en el pasto con el mate y algún libro, y charlaba con él. Hizo esfuerzo para acordarse el nombre, con simpatía, de alguien que probablemente no iba a volver a ver. Ni yo. Recovecos que quedan lejos. Del tiempo. Se empieza a decir algo de un ministerio para jóvenes. El martes salimos para buenos aires. Qué es de mi vida y la respuesta plural, que rompía con las historias personales que habíamos estado desplegando, cuando el entusiasmo estaba en otros planos y yo ponía en palabras mi propia búsqueda de que me choquen, me desdigan, me cambien el rumbo. Nos acordamos de la escuela, el jardín y el pez de lunares de la pecera de entrada, el supermercado fantasma a mitad de cuadra por moreno, de estanterías interminables y dos o tres paquetes de galletitas, sin luz,  y la misma señora en la caja durante años. Paisajes en los que crecimos y ahora relatamos, encontrándonos con las que fuimos. Mientras, un gato maúlla del otro lado de la puerta. Ningún otro sonido hubiera podido completar esos recorridos históricos. Qué pensábamos exactamente tantos días de aquellos. Qué canción tarareábamos, desde dónde firmábamos en secretaría por comer mandarina en clase, y desde dónde no firmábamos por otro tipo de cosas que morían en miradas. Nos despedimos en una esquina, y pedaleé los árboles, las casas, los autos, el asfalto. A otra esquina fuimos llegando, con aerosoles y alegría. Mucha gente en la calle, en los bares, saliendo un miércoles a la noche. El país está mal, y uno los ve salir. Relajados, en plena recreación, aunque no signifique mucho. En el fondo saben que están bien gobernados, que la boluda es brava, y se pueden desentender, llegan a desentenderse. Eso pensé. Podría ser. Al menos lo último. Lo de que se desentienden. Se ve porque uno cada vez se mete más. Se ratifica seguido, aunque se desaliente días más pesados. Y se encuentran un miércoles a la noche, tantas búsquedas que terminan en unos chicos escribiendo paredes por ejemplo. Con otros que escriben otras cosas, con algunos que miran, o chiflan o están disfrutando un vino, una charla, una mina que pasa del otro lado de la vidriera y dentro de poco, con pantalones cortos. Vamos dejando al chivo 2011 a nuestro paso, enfrente de un gimnasio abierto a la una de la mañana, esas cosas que pasan en éste siglo nada más. -Ahí está -decía guille, mientras yo sostenía el esténcil y estaba por apretar el aerosol- vamos. Con un tono de aliento, de salida de carrera, a ella misma. Listo, cuando terminaba. Con una sonrisa. Así una y otra vez. En cada pared, conteiner, garita. Y la sonrisa a cada paso. Brillaba. Existía mientras desnudábamos los absurdos de lo que ella llamó la inteligencia puesta en la izquierda más retrógrada, -o logística, para no darle tantos márgenes-. Me di vuelta para ver lo que dejábamos ahí, conociendo ese histórico deseo de escribir para tantos tantas veces y eligiendo esta noche decir eso. Y semanas atrás, con pintura, también eligiendo decir rosario para todos. Nos cruzábamos con el resto de la banda, cómplices, entre risas, y seguíamos. Falú nos dijo que la crítica que tenía a estos tiempos era que faltaba esa mística, que ellos habían tenido en la época dorada. Esa que intentamos construir todos los días, en un escenario claramente distinto de aquel tucuman y esa rosario que pintaba de convicciones y a colores, hombres y mujeres que hicieron desaparecer. Qué, sino algo parecido a la mística, eran esas chispas en calles opacas. O la sala de la que no terminábamos de salir mientras llegábamos a falú, en la que un ecologista nos encontró en silbidos y gritos, en  canciones al pingüino, mirando butacas llenas, y más allá, arriba, compañeros de otras provincias parándose, sumados a la ola de alegría y arrebato, golpeando cada vez con más fuerza la distorsión con las manos, en aplausos. Con la ropa manchada, y los dedos pegoteados, fuimos a dejar las cosas, a un departamento, y otro gato miraba desde una silla, con los ojos enormes y pantuflas en las patas. Al otro día se vuelve, es cierto, a la construcción cotidiana, desde abajo, pero el sábado llegan las nuevas remeras y el martes la juventud le habla a Néstor. Prende y apaga, queda lejos. Aerolitos caen a los planetas, medios desintegrados, a punto de morir. Piedras de aire que cuando chocan se calientan y forman estrellas fugaces. O bolas de fuego. Pero vienen de otras partes del espacio, de no poder ser. Paca, la que viste a  ésta que es cuando mira las combinaciones. De un choque y un derrotero. Y alguien, algo, un aerolito que se atreva a decir.

1 comentario:

Guido Carletti dijo...

Que bueno imaginarte pintando ideas. Y que bueno leerte.