Ya ves dos extraños
Una imagen que me encanta seguramente personificar. Porque la imaginé tantas veces, y de tantas formas, que los sentidos le variaron el aspecto, pero más que nada, porque esa incipiente sensación que derivó en las sucesivas creaciones, debe tener álgo -hay acentos que van a venir a caer aunque no deban- que decirme diferente, si me lanzo a personificarla ahora, cuando una señorita me lo propone desde sus diversos significantes. Y también sobre ése que personifica, que me queda un poco más lejos. Igual, sin ir tampoco a mí, sé que me gustaría el paseo, algo le encontraría. Sobre todo porque en algún fondo creo en la debilidad del conocimiento, en la inexorable extrañeza, que de tan corriente es conocida, y esto sería un vivir eso que creo. Pero es como si no me atreviera a seguir escribiendo, es decir, a ver a dónde me lleva, -que derivaría en escribir-.
En lugar de eso, salto a Varela que hace unos días le cantó a ellos, porque también vos, como ella, mantuvieron el género, o la neutralidad de dos seres humanos. Y entonces lo personifico, sin haberlo casi buscado, habiendo elegido escucharla para hacerme a un lado y poder decir algo de lo que intuye el inconsciente y que no archivo diariamente. Pero es otro el lugar. Y no puedo más que lagrimear; los recuerdos me han hecho mal. Yo había imaginado encontrarme a lo mejor, -si me abstraía de unos otros-, como mucho, con otras relaciones, que podrían también tener esa entrelínea, y viéndolas con extrañeza anecdótica, nostálgica, incómoda, culposa. Pero la escuché demoledora y simplemente triste, y éramos nosotras. Tantos gritos provocaron que en vez de escucharse, duelen. Son tan entramadas las mujeres, -para darnos paso físicamente- pero en realidad los seres humanos, tan detallistas los caminos temporales –que una pincelada al pasar ya tiñe de estallidos-, tiene tanta capacidad lo que captan las creaciones mentales en el desarrollo sobre sí –la subjetividad del paso por las baldosas de los pasillos, los caprichos del ojo que recuerda y olvida-, tienen tantas ventanas las imaginaciones, son tan relativas las decisiones como débiles las debilidades –valga la redundancia-, y son tantos los desafíos atrás de cada ventana, que da pánico si lo vemos. Y vayamos a saber, dónde nos deja el pánico. Lo curioso es cómo uno se arma su alrededor siéndole funcional a sí mismo, -se vea o no-, entrando y siendo parte de las situaciones más diversas, -hasta el punto que quedan confundidas las partes impulsoras; mente, cuerpo, tiempo, superficie, ilusión, repetición- y pudiéndose pasar de una a otra, sin importar contradicciones que son progresivas coherencias artísticas, o desastres borroneados. En medio de todo esto, entenderse. No ser dos extrañas. En un segundo podemos serlo, y en otro, ya no, y en algún otro quizás a medias. Hay un lugar desde el que, es verdad, podríamos dejar de serlo; una pincelada de una calle, que allá veo, que nos haría saltar a la otra, un puente que une dos pasillos, que llevan a un cuarto que acalla la música que baila en caricias sobre sábanas, un espacio de piel que nos mira, hay un segundo en el que cabe esa eternidad que nos deja desnudas. Pero no deja de haber fracasos, que se nos vienen encima, cortocircuitos, paredes en derrumbe, enojos que enroscan y gastan y chupan y así, muchísimos escenarios en que repetirnos buscando encontrarnos. La tristeza es morir sin vernos, porque la diferencia ahora es que no nos vemos, veníamos arrancándonos partes, con los sentidos puestos en eso. Lo triste es la ausencia de la otra al alcance de la mano, -corporal mental y significativamente- atrás de todo esto que marea. Es saber que desistimos en algo que alguna vez inventamos. Vernos morir como bollitos de papel arrugados. Espiar y encontrar que devenimos en otras, o no todavía. Pero si el cuento no es más de las dos, los caminos se nos multiplican. Y todo esto por haber escuchado la canción recién, con los oídos en una sintonía en ayuno, con la mano en este teclado, y Oliver ronroneando a mi costado. Hubiera elegido reírme inventando a la pareja presidencial como dos extraños y el aspecto del significante sería absolutamente otro. Y yo tendría algunas hectáreas menos de edificaciones recién construídas con huellas frescas en caminos replegados, menos variedades y más cultivo de soja, toda igual, verde verde verde, soja soja soja, en la ventana del auto camino a santa fe. Somos tan escurridizos, vamos de frente a recibir las balas de la pistola que conocemos, y escondemos la cola de la metralla que nos desintegraría de a poco, y nos unificaría a la raíz, y nos mataría viviendo. Cómo no elegir ver la derrota como decisión, conocerse en el desencuentro, mirarse disueltas, desprotegidas, rengueando, con la camisa desprendida a la altura del hombro, media teta al aire, dos manos menos, y la tristeza de la imposibilidad. Cómo no querer desprendernos del drama y cambiar la mirada con fuerza y fantasía de que alguna tarde, en algún lugar, algún segundo, entre otros, después de un mate, o en algún pasillo, se pueda ser.
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