10 septiembre, 2010
dibujando dibujos desdibujados
Me frotaba los ojos porque la imagen entraba borrosa. Sentada, entre otros, mirando caras que se desdoblaban, brillando, con su propia sombra. No veía. Y era una revelación. Además de ramificarme entre sentidos de palabras escuchadas, consciente de filtros y habilitaciones por las que pasaban hasta alcanzarme y llevarme, tenía, en ese momento, un agujerito por el que mirar, sin ver.
Se va repitiendo en otros escenarios. En la clase, el profesor se vuelve anónimo. En la calle, me saluda la mano de dani, que es para mí, hasta chocarla, una mano, agitándose, desde una nube, que no determino la forma. Los carteles se eclipsan, y desde algún rincón, invento los anteojos que en pocos días van a sumarse a este borrador que arrastro, dejo y me llevo. Se acorta la distancia, se ensancha lo que tengo más adelante, como cuando abrir los ojos grandes y fijos, desdibuja los contornos. Lo que miro se pierde, al mismo tiempo que lo miro, se chupa a sí mismo, deja de ser y es otra cosa. Mientras, soy testigo, vouyerista y miope.
No me hace falta la agudeza de la vista para alcanzar la percepción de lo que se respira mientras somos un puñado de veinte, una noche fría, en un centro cultural de techos altos y ventanas sin vidrios, distribuidos delante de una pantalla que recrea a manzi y una época que vimos pasar cuando parecía haberse terminado, y que vemos pasar, cuando parece que entra, con otro paso, porque estamos decididos a continuarlos. Lo empiezo a ver, al mismo tiempo que me falla la vista.
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